Como ya he contado en algún otro post, he estado participando en un curso sobre Masculinidades y Sexualidad (lo recomiendo muchísimo) impartido por Masculinidades Beta en el que he podido reflexionar sobre diversos temas, pero sin duda, el que más me ha atravesado ha sido el relacionado con el consentimiento.
Una de las lecturas propuestas era el texto Consentimiento sexual: un análisis con perspectiva de género, de Yolinliztli Pérez Hernández, que entre otros, me sirve de base para la reflexión en esta entada.
En nuestra sociedad solo se habla del consentimiento femenino porque el masculino, no solo se da por hecho y está relacionado con la hipersexualidad (el mandato para los hombres es estar siempre disponibles y deseosos), sino que además tiene que ver con la carga simbólica que conllevan las relaciones de poder que se dan dentro del patriarcado.
“El hombre propone y la mujer dispone”. El refranero forma parte la cultura popular y nos habla de cómo se estructura la realidad y las normas de conducta establecidas socialmente.
“La virgen” y “la puta”
En lo que a las mujeres respecta, en nuestra cultura encontramos dos arquetipos que predominan en el imaginario; “la virgen” y “la puta”.
La mujer virginal, casta y pura, que pone freno a los deseos de los hombres, “que no deja mancillar su cuerpo”.
La puta, la mujer libre, “que consiente”, que permite el acceso a su cuerpo, y ya, si nos volvemos locas, hasta que desea.
Al final, resulta que, si eres mujer, para encajar dentro de lo que socialmente está aceptado. No puedes ser ni muy libre, ni muy estrecha.
Y como se da por sentado el deseo masculino y la hipersexualidad masculina, dándose por hecho que es “irrefrenable e incontrolable”. Por tanto recae sobre las mujeres la responsabilidad de poner límites y decidir cuándo sí y cuando no.
Esto deja fuera de juego el deseo femenino, como si éste no existiera. ¿Y cómo va a existir, si en el imaginario colectivo o no existe o está denostado?
Ahora que se comienza a hablar del deseo de las mujeres parece que ya está todo solucionado; que esto hace que directamente nos podamos posicionar como sujetas deseantes y obviar todo el orden simbólico que subyace en la cultura patriarcal.
La construcción de la identidad y de la sexualidad de las mujeres
Creo que es fundamental hablar de la construcción de la identidad y de la sexualidad de las mujeres para poder entender mejor esta cuestión.
Efectivamente, las mujeres tenemos (o podemos tener) capacidad volitiva, pero se hace necesario reflexionar sobre la relación entre consentimiento y de dónde surge éste.
Se puede consentir una práctica sexual sin desear participar en ella por muchas cuestiones que están grabadas a fuego en la construcción de la feminidad y de nuestra identidad como mujeres (al menos de las mujeres cis en relaciones heterosexuales…).
Por deseo de complacer, porque es «lo que toca», por miedo a que si no tengo sexo no quiera estar conmigo, por miedo al enfado de la pareja, porque si no tenemos relaciones sexuales ¿Cuál es mi vínculo amoroso?, por mil millones de motivos más. Sobre todo, porque no podemos ser ni muy libres, ni muy estrechas.
Hay consentimiento, pero no hay deseo, aceptándose relaciones sexuales no deseadas
Pensando en escribir sobre esto me imagino la horda de machistófanes de cualquier género diciéndome que el problema lo tengo yo, por haberlo aceptado; que “no tienes que tener sexo si no lo deseas” …
Sí, ya, ahora lo sé, y creo que casi cualquier mujer cis que lea esto sabe perfectamente a lo que me refiero.
La de veces que me he mostrado mujer libre y disfrutona, porque es lo que se espera de una mujer empoderada o he creído que tengo que complacer porque es lo que toca, o porque si no, no querrá estar conmigo…
Cuantas de nosotras no habremos sido en la adolescencia (que por algo sale en las películas y series) la clásica chavala presionada y que accede a tener relaciones sexuales porque el chico que le gusta si no la deja y se va con otra, o le aprieta con que con su archienemiga ha follado, para que ella también consienta…
Crecemos bombardeadas con mensajes en los que se nos deja bien claro cuál es nuestro papel; nuestra misión es complacer, para que así nos valoren y nos quieran. Intercambiando sexo por afecto.
Del mismo modo, se nos deja bien claro que como sujetas deseantes tampoco tenemos validez; no debemos tomar un rol demasiado activo ya que eso “no corresponde a las mujeres”.
Cuando eres libre, eres penalizada; todo el pueblo, instituto, barrio, etc. habla de lo que hiciste con «menganito» y te expones a la crítica, el cotilleo y el juicio social.
Desde aquí también podemos hablar de cómo se construye la vergüenza, pero ya es otro tema.
Evidentemente, desde que comenzamos a mantener relaciones sexuales podemos tener voluntad, pero seguramente nadie nos ha hablado ni hemos tomado conciencia de todos los mandatos y condicionamientos con los que crecemos bombardeándonos y generando un orden simbólico en relación a la construcción de la identidad de género y la sexualidad.
El consentimiento
Por eso es muy importante recalcar que no se trata solo de consentir o no, si no desde dónde surge el consentimiento.
Si a pesar de la falta de deseo de las mujeres, finalmente se da una relación sexual ¿es solo culpa de la mujer que ha sido “incapaz” de comunicarlo?
¿Por qué son solo las mujeres quienes deben desarrollar las habilidades para comunicar sus necesidades y deseos sexuales? Y ¿por qué los hombres pueden “mal interpretar” el consentimiento?
Quizás todo esto tenga que ver con la socialización; con educar a las chicas para que tengan cuidado, “no sea que te pase algo” (es decir, que te violen) y no a los chicos para que no violen o para que estén atentos al lenguaje no verbal o si hay deseo en la persona con la que van a mantener una relación, etc.
Para buscar el consentimiento, creo que es necesario tener ganas de ello, preguntar claramente, erotizar la búsqueda del consentimiento real, tener claro que solo Sí es Sí, que entre los hombres se hable y visibilice esta cuestión y no se deje únicamente en manos de las mujeres; que bastante tenemos con lo que tenemos, y que cualquier persona, desde adolescentes, tengamos acceso a una educación sexoafectiva en la que podamos reflexionar sobre estas cuestiones y cómo nos atraviesa la socialización de género en todos los ámbitos de nuestra vida.