«Lávate las manos», misión imposible conseguir mascarillas, geles hidroalcohólicos, arrasados los productos de limpieza en los comercios. «Lávate las manos».
Y pasan los días y semanas, y parece que nos vamos acostumbrando a vivir en este capítulo de Black Mirror. «Lávate las manos»
Los supermercados, poco a poco están más abastecidos, reaparece el papel higiénico y desaparece la lejía, la harina y la levadura…
Lávate las manos, lávate las manos, lávate las manos…
Mascarillas, «lávate las manos», colas en el super que saben a gloria (un rato al sol, aunque con el cuerpo contraído ante la escena apocalíptica), «lávate las manos»…
Y pasan las semanas, y nos vamos acostumbrando a estar en casa, a estar con «la de dentro».
Lo que había antes de la cuarentena, se multiplica (si estoy harta de mi trabajo, si no aguanto a mi pareja, miedos , manías, ansiedades…)
Por otro lado, la sensación de seguridad en casa aumenta, sobre todo, ante el panorama desolador del exterior. En pijama o sin duchar, si es lo que quiero. Tardo 15 segundos en llegar a mi puesto de trabajo. Desayuno mientras curro, en lo que me levanto a la nevera, pongo la lavadora, tengo el gimnasio en mi propio domicilio, como cuando quiero…
Pero resulta en que en los trabajos intentan controlar más, toca justificar constantemente lo que hago, hay que trabajar más. En los empleos en lo que se teletrabaja no ha parado la hiperacción.
Y fallo más, me equivoco, me desconcentro, me frustro, mal entendidos con compañeras… Porque en mi cabeza están sucediendo muchas cosas en segundo plano. Hay falta, miedo, tristeza, angustia, ansiedad… Planes frustrados, sueños interrumpidos, intimidad arrasada, miedo por mis seres queridos, tristeza; «lávate las manos».
Parece que en lo laboral, nada hubiera sucedido; como si la única diferencia es que estamos en casa. Si además hay una pandemia mundial, tienes pase premium a la montaña rusa emocional, tu familiar está muy grave, temes por tus seres queridos vulnerables o vives en condiciones inapropiadas para trabajar desde casa, es tu problema. Hay que justificar que trabajas igual o más que si estuvieras en la oficina. No vaya a ser que te estés escaqueando.
Por ejemplo conecto a tope con sentirme agradecida por tener salud, que mis seres queridos también estén bien, con vivir en un espacio digno, por estar conviviendo con una persona con la que conseguimos respetarnos y cuidarnos mutuamente.
Estoy más para adentro
En casa, en contacto conmigo misma, me quito «capas de la cebolla» y entro cada vez más en contacto conmigo. Me doy cuenta que ahora me da pereza exponerme.
Descubro la potecia de lo on line. Medito, bailo, me cuido. Estoy más para adentro.
En 2013 comencé un viaje de fuera hacia adentro, con un proceso terapéutico en el que aún continúo; es un viaje infinito. Y esto, me lo ha puesto la pandemia en toda mi cara. En cuarentena, el viaje es hacia adentro.
En definitiva, voy aprendiendo a aceptar esta montaña rusa emocional; a surfear las olas que van llegando. A ratos es muy jodida y a veces, disfruto de estar en casa. Me voy acostumbrando.
Y esto se alarga. Ya estoy hasta el moño. Quiero ver a mi gente en persona. Me desanimo y me vuelvo a animar. Me vuelvo a frustrar con el duelo de mis sueños y planes que se han esfumado, y surgen nuevas ideas y proyectos. Y me agoto.